Anticiparse. Oriol Bohigas
Más tarde te plantearé algunas dudas
sobre la necesidad de experimentación en la arquitectura. Ahora permíteme que
te haga otra pregunta: a menudo los usuarios acostumbran a criticar a los arquitectos por los errores
funcionales en los edificios, pero me da la sensación de que el desacuerdo real
radica en cuestiones de gusto. Los
arquitectos por definición y por formación tienen que tener un gusto que
forzosamente debe ser diferente del que tienen los usuarios. ¿No es éste un
obstáculo para que la arquitectura realice esta función social de la que
hablabas?
Sí,
estoy de acuerdo, y en cierto modo esta cuestión refuerza lo que antes decía:
el artista o bien inventa o bien tiene un gusto diferente del que en ese
momento está establecido, porque el gusto establecido es el propio de unas
situaciones que ya han periclitado y acabado en un amaneramiento inexpresivo.
Por eso, el arquitecto, el pintor o el músico conocen el nuevo gusto, al menos teóricamente, antes que el público. Es una anticipación de lo que más tarde los
ciudadanos aceptarán como un hecho histórico más o menos bueno, con más o
menos intención de progreso. Pero es
evidente que todo artista tiene un gusto generalmente diferente del gusto del
público.
Sé,
como tú, que la gente a menudo se queja de las cosas que no funcionan, pero en
realidad lo que encuentran más duro es
que no Ies funcione la estética, el concepto formal,
artístico, de la obra que tú creas. Y muy a menudo se confunde estética con
funcionalidad, lógicamente, porque muchas veces la estética que no gusta es consecuencia de un cambio en las funciones que
en realidad el público no acepta. Existe
un ejemplo claro: todas las «unidades de habitación» de Le Corbusier fueron rechazadas porque la cocina y el
comedor estaban juntos, porque el dormitorio daba a la sala de estar...,
eran cosas que no gustaban a nadie. Un tiempo después, estas propuestas se han
convertido en modelo de mucha arquitectura contemporánea. Anticiparse significa estar en contra de lo que se hace. Y si la
anticipación es acertada podría llegar a ser el modelo del futuro.
A veces da la impresión de que la
crítica de los no profesionales hacia lo que llaman «formalismo de la arquitectura» al margen de que sea una expresión
poco adecuada, tiene un fondo de razón cuando se refiere a una cierta
arquitectura gratuitamente extravagante. ¿En este caso, el juicio de los
usuarios no es un freno conveniente a estos excesos?
Sí,
debería serlo. Pero me parece que precisamente el público no critica este tipo
de arquitectura. No he oído a nadie criticar el Guggenheim de Bilbao ni el
rascacielos que Jean Nouvel proyecta en Barcelona,
dos obras importantes pero que hasta cierto punto se pueden considerar
extravagantes.
Pasa exactamente al revés. Estas
obras gustan mucho a la gente, incluso a la menos instruida. Lo que no gusta es la
arquitectura más sofisticada, más llena de otras consideraciones que los
ciudadanos no entienden. Por eso, el
formalismo gratuito, por decirlo de algún modo, puede ser uno de los problemas que tiene la
arquitectura contemporánea, porque toma formas que no corresponden a la
realidad tectónica de la arquitectura ni responden a las necesidades actuales,
como tampoco anticipan las del futuro. Responden a otra cosa, a la
necesidad de propaganda de unas empresas, unas marcas y unos programas
comerciales. Son cada vez más a menudo elementos con un contenido publicitario muy
fuerte, pensados para impactar al público. El público, como recibe este
impacto, no se extraña cuando ve un rascacielos muy llamativo; le parece que lo
que se lleva es que una buena empresa tenga un edificio representativo, y que
cuanto más vistoso sea mayor será la solvencia del producto. Es el imperio visual del logotipo.